Las sagas
El obrador era el centro de trabajo y aprendizaje del sistema gremial. En él, un maestro dirigía a un equipo formado por oficiales —quienes todavía no habían superado el examen de maestría para acceder a tal cargo y abrir obrador propio—, y aprendices, quienes pagaban al maestro por aprender el oficio. El trabajo de platero u azabachero, como el de la mayoría de los gremios, estaba marcado por un claro carácter endogámico, y los hijos de los artífices se formaban a menudo en los obradores paternos, continuando la saga familiar. También era habitual que las hijas de los plateros contrajesen matrimonio con otros plateros, que en algunos casos pasaban a formar parte del obrador; o que se casasen con aprendices u oficiales que ya estaban integrados en el mismo. Esta endogamia dio lugar a las grandes sagas que hoy protagonizan la revisión histórica de la platería compostelana, como los Cedeira, de origen portugués, afincados en Santiago durante los siglos XVI y XVII, o las célebres familias de orfebres compostelanos del siglo XVIII: los Pecul, los Piedra o los Bouillier. En el siglo XIX resuenan los apellidos de los Reboredo, Bermúdez, Rey o Bacariza, y algunos con continuidad hasta la actualidad, como los Lado o los Otero.
Los aprendices
Las pautas básicas comunes al aprendizaje para todos los gremios compostelanos son las siguientes: el aprendiz era que el que pagaba al maestro, ya fuese con dinero, especie o trabajo doméstico, mientras duraba su aprendizaje. Esta cantidad, así como el tiempo de contrato, tendía a subir con el tiempo, en un gesto por parte del gremio de endurecer la entrada de aspirantes y reducir el número de agremiados para asegurar trabajo a todos. Los maestros se hacían cargo de la manutención, vestido y calzado de los aprendices, que pasaban a vivir con ellos. Se comprometían a preparar a sus alumnos para que superasen las pruebas acordadas, y si no era así, prorrogar el contrato. Del mismo modo, si el alumno se ausentaba, debía pagar al maestro una cantidad equiparable a la del sueldo de un buen oficial. Una vez terminado el aprendizaje, el aspirante presentaba solicitud de examen al Ayuntamiento de Santiago, quien disponía la prueba, supervisada por el veedor del gremio y dos maestros. Ya aprobado, el artífice podía ingresar en el gremio correspondiente —San Eloy los plateros, San Sebastián los azabacheros— y abrir una tienda. Este sistema de examen y consecución del título era el generalizado en toda España por la Real Pragmática de Carlos V de 1552.
Era habitual que los aprendices de la mayoría de los oficios tuviesen una naturaleza más o menos humilde, pero, sin embargo, los plateros solían proceder de las clases medias urbanas, teniendo en cuenta que el pago a los maestros en los contratos de aprendizaje alcanzaba altas cotas de dinero con respecto al resto de trabajos, y no cualquier familia podía permitirse esos estudios para sus hijos. También la remuneración que adquiriría el aprendiz una vez que aprobado, pudiese ejercer el oficio, era superior a la de otros gremios. Esto se reflejaba en su estatus social, más elevado que otros trabajos relacionados con las artes, y equiparable a arquitectos y escultores.
Exposición y venta
Sabemos que algunos artífices tenían el obrador y la tienda en el bajo de su propia casa, aunque los mejores plateros podían alquilar las tiendas del claustro de la Catedral en la praza das Praterías, dependientes del cabildo compostelano, y los azabacheros las covachuelas de la misma institución, abiertas al lado norte de la Basílica, en rúa da Acibechería. En el obrador por lo tanto se trabajaba la plata y el azabache y también se vendía, por lo que los artistas contaban con un lugar de exposición de las piezas que la clientela podía adquirir directamente sin encargo. Otro lugar de exhibición y compraventa de sus piezas eran las ferias a las que acudían, generalmente dentro de la propia ciudad o en territorios cercanos dentro de Galicia. En el caso de otros gremios españoles, fue habitual que se moviesen en distancias mayores, tal es el caso de los plateros cordobeses que tuvieron gran presencia en ferias de toda la Península. Esto llevó al gremio de plateros compostelanos a protestar ante el Ayuntamiento en varias ocasiones, pidiendo que se limitase la presencia de artistas foráneos en la ciudad para proteger el comercio local.